El gran caballero escuda a su dama
El pueblo, la escucha, la sigue, la aclama.
Los graves varones concilian sus fueros
y enjuician con cargos ligeros, ligeros...
El Gran Caballero, que todo lo ha dado
como patriota, como enamorado
y como caudillo y como soldado,
sufre la emboscada, sufre el desatino.
¡Pero se concita el pueblo argentino
y ancha avalancha acude a la cita!
¡La Plaza de Mayo otra vez palpita
en recio oleaje, con torva fiereza
cual la tempestad que a rugir empieza!
El Gran Caballero, escamoteado,
sufre la ignominia pero está escudado
por la fulminante Palas Atenea,
por la redentora verdad de la idea,
por la prodigiosa veda masculina
de sus camaradas... ¡y por la divina
gracia del amor!... ¡Evita lo alienta
con dulces palabras y ojos de tormenta!
¡Y así te consagras, bajo la asechanza,
Dama de los buenos y de la esperanza!
El Gran Caballero sonríe y te mira
con esa entrañable bondad que la lira
no acierta, no puede expresar aunque ahonda
buscando el abismo con toda la sonda...
¡porque hay corazones tan grandes, tan grandes
que encierran en ellos La Pampa y Los Andes,
los mares y cielos con toda su anchura
y se clarifican de amor y ternura!
Sonríe y te mira El Gran Caballero
y pone en tus ojos su Fe, tan sincero,
tan altivo y seguro... ¡que en patria se funde
su amor a tu amor y a la muchedumbre!
Esta prodigiosa cosa acontecía
en un diecisiete de octubre y tenía,
entre la nobleza de lo emocional,
la recia estatura de un fuero real.
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